sábado, 9 de junio de 2007

Para ayudar a la primavera

Hago una rutina de marcha alrededor de una plaza de Buenos Aires que esta siempre en obra, sistemáticamente abandonada y vuelta a estar en remodelación, para, al cortísimo tiempo, estar sin que nadie la cuide.
Fue en uno de esos días, a fines del último invierno y en medio de un césped ralo y mucha caca de perro que, a poco de comenzar mi rutina, encontré una parejita sentada en el pasto. Ambos no sumaban treinta años.
Sentados con las piernas cruzadas, frente a frente se miraban a los ojos y gesticulaban hacia los laterales ya que de frente, imposible, no había distancia de barrido como diría un ingeniero.
El ponía su mirada furtivamente en ella pero más claramente en el horizonte. Ella en cambio, tenía un horizonte muy claro: los ojos de él.
Mientras caminaba me pregunté cuándo se besarían.
Evoqué una escena semejante, cuando una tarde de verano, casi a la misma edad, ella de espaldas a la pared de un convento en la calle Jujuy , en plena tarde de febrero y yo preguntándole si quería cojer, con el terror de que me contestara que sí.
Al pasar nuevamente, casi nada había cambiado; tal vez cuatro milímetros más cerca y me dije que este muchacho tenía respuestas lentas, que probablemente se debieran a su inexperiencia, a la falta de un padre como modelo de acción o tal vez de un hermano que le mintiera menos sobre sus propias conquistas sin darle claves mas precisas.

En la calle Jujuy (que hoy es avenida) ella me respondió que solo quería que nos besemos. Yo, súbitamente aliviado de mi terror, le contesté que de ninguna manera y junto con un amigo que estaba tratando algo parecido con una amiga de ella, nos marchamos como ofendidos, en retirada.

Cada vuelta a la plaza me demanda cuatro minutos. Ya me empezaba a preocupar en una nueva ronda que las cosas no se hubieran modificado y me asaltaron ganas enormes de ser Yo auxiliar, acercarme y decirle dulcemente al oído: besala, podes besarla varón!
Al final de mi decimoquinta ronda, fue ella, finalmente, la partera de esta historia, pues justo cuando terminaba mi rutina lo abrazó, le estampó un beso y puso la naturaleza en orden y ayudó a preñar la primavera, a punto de estallar.

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